Pintar lo que llevarse es un principio para tocar y conocer, centrando al límite la atención. Tanto, que en la realidad sería insostenible. El deseo empieza la forma y se cruza con el defecto que la sabotea. Haciendo hincapié, se construye un objeto lleno de superstición. Pintar lo que no es, lo que quiere ser, como en las antiguas tumbas reales, en Egipto, adornadas de manjares, animales exóticos y esclavos, acompañando fielmente al faraón en la hora fatal.

Es un juego de sustitución. La flecha en el corazón señala el cruce de electricidad que junta el cuerpo que siente y aquello que lo ha afectado de lado a lado. Eso es la tragedia, el rojo, aunque también eran rojos los tomates del cuadro de Bonnard, y son motivo de alegría, porque se derriten brillando al borde de la ventana, y funcionan como celebración.

En ese principio, la celebración en las flores, como en el leopardo, es verdadera, aunque en el camino termine por ser otra cosa.


El sueño del aposento rojo
Ana Arsuaga